La plaga del picudo arrasa las palmeras ante la pasividad de las Administraciones

No hay remedios viables y el plan para eliminar árboles atacados acumula retrasos de un año


El picudo rojo sigue matando palmeras en todo el País Valenciano, al igual que en otras regiones mediterráneas. Todos los esfuerzos realizados hasta el momento se han demostrado inútiles para contener la plaga, sobre todo porque se trata de esfuerzos bastante limitados y en cierta medida más teóricos que prácticos. Las armas son escasas, las iniciativas oficiales apenas van más allá de las buenas intenciones sobre el papel y, mientras tanto, quienes tienen palmeras en sus jardines, quienes las producen, los coleccionistas y ciudadanos en general que tienen sensibilidad por este problema y ven la lamentable extinción de estos arboles emblemáticos, reclaman actuaciones más eficientes para parar un desastre que amenaza con generalizarse sin remedio.La Asociación Botánica de Palmeras y Cicas ha lanzado duras críticas a las distintas Administraciones públicas (Generalitat Valenciana, Gobierno español, y Unión Europea) acusándolas de "dejadez" ante un problema que califica de auténtica "tragedia".

La Conselleria de Agricultura, que es el organismo del Gobierno Valenciano competente en la materia, asegura que se ha gastado más de 12 millones de euros en la lucha contra la plaga, pero la presencia del picudo no cesa de crecer. Ahora se expande sobre las palmeras de la especie Phoenix canariensis, pero los especialistas tienen muy claro que cuando acabe con estos ejemplares proseguirá con los demás, porque así está descrito que ha ocurrido en otros lugares.

La plaga no estaba aquí; llegó hace cinco años con palmeras importadas de Egipto para repoblar jardines, setos, rotondas y avenidas en los momentos álgidos del boom urbanístico. Las importaban de Egipto porque allí son más baratas y porque era la opción posible para disponer de ejemplares de gran porte, ya que la mayoría de los de aquí están protegidos y sólo se pueden replantar palmeras más pequeñas. Para la foto de la inauguración se prefieren ejemplares crecidos, aunque estén condenados a morir y a propagar su condena de muerte.

Miles y miles de palmeras sucumben y hacen a la vez de reservorio de la plaga para relanzarla a otros árboles. La mayoría de quienes comunican el hecho a la Conselleria o a Tragsa se quedan esperando. Sólo una minoría opta por actuar de inmediato por su cuenta, cortando y eliminando los árboles dañados, pero tan pocas iniciativas prácticas no bastarán para detener el desastre. Si no se hace nada más y pronto, todas las palmeras del País Valenciano morirán.

Está en ciernes un cambio radical del paisaje que se debería evitar, pero las propias autoridades que promulgan normativas para atajar el problema se ven desbordadas por su envergadura. De nada sirve obligar a vigilar y comunicar si luego se tarda un año en actuar sobre lo detectado.